viernes, 25 de agosto de 2017

¿Por qué darnos gusto?


Casi no se enfatiza la importancia de darnos gusto en la vida, la mayoría del tiempos nos encontramos con que el deber, la fuerza y el incansable ímpetu con el que perseguimos las metas sin descanso es lo que se premia; dejamos mucho de lado nuestro derecho a buscar el placer en las cosas cotidianas y hasta lo censuramos pues pensamos que puede perjudicar nuestro desarrollo.

La cuestión aquí es que muchas veces el perseguir aquello que nos produce satisfacción nos permite volvernos más flexibles y abiertxs a nuevas maneras de hacer, de crear, y de generar alternativas a cómo hacemos las cosas, lo cual reditúa en un mejor desempeño en todas las áreas de nuestra vida.

Es paradójico que en muchas ocasiones nuestros esfuerzos no son suficientes para los estándares tan altos que nos imponemos o que interiorizamos de nuestro entorno. Es normal que suceda así, crecimos en una sociedad y en un sistema que da reconocimiento al tener, al hacer, producir, generar; y pone muy poco valor al ser y la consecuencia que viene de ello. Hasta cierto punto resulta peligroso que haya personas tan libres como para decidir sobre su cuerpo o sobre aquello que realmente quieren, que puedan observar lo que se demanda de ellxs y que decidan si quieren responder o no a esa demanda. Peligroso para el trabajo, para el sistema y para muchas de las cosas que oprimen nuestra capacidad de decir que sí y que no es para nosotrxs. No obstante existen esas personas y son las que generan cambios y son agentes de trasformación de nuestra sociedad, esas personas crean un mundo nuevo con sus ideas y sus diferencias, nos vendría bien fijarnos en qué es lo que pasa cuando llegan a nuestra vida y nos empoderan para lograr aquello que siempre hemos querido ser.

Ciertamente estas cualidades y libertades no son dadas por seguir al pie de la letra las normas y lo que se supone que deben hacer o querer, sino que vienen como consecuencia de un poder personal suficientemente firme para decir basta cuando ya no desean lo que en su vida existe. Pensemos un poco en nuestrxs familiares más próximxs o a las personas a las que más queremos, con certeza podremos encontrar a mujeres abnegadas en su casa que hubieran querido salir a trabajar o viajar por el mundo en lugar de estar lavando ropa. O tal vez podamos encontrarnos con hombres cansados, forzados por un rol determinado socialmente, trabajando todo el día para poder lograr el estatus de proveedor y profesionista exitoso, cuando en realidad hubieran querido dedicar su vida algo completamente distinto. Tampoco faltan lxs jovenes que estudian una carrera para "no morirse de hambre" y que se encuentran que el éxito que esos estudios les auguraban no coinciden con la realidad laboral y ahora deben replantear toda su vida . Escenarios salidos de una telenovela, pero no por eso dejan de ser reales cuando escudriñamos en las emociones más profundas que a menudo tienen que ser sentidas en soledad y escondidas antes de recibir la sanción tan solo por sentirlas.

¿En qué momento dejamos de darnos gusto? ¿Por qué no podemos callar un poco la voz del razonamiento para disfrutar un atardecer sin tener que explicar por qué nos gusta o preocuparnos por lo que tenemos que hacer mañana? ¿Cuándo decidimos que las mujeres deben interesarse más en los sentimientos y los hombres deben solo querer sexo? Tal vez hubo algún punto en el que se decidió por nosotrxs y simplemente tuvimos que decir que sí porque no se nos enseñó que podíamos negarnos. O tal vez a inercia de la rutina nos arrastró hacia una apatía complaciente que algún día se volvió insoportable, y es cuando empezamos a preguntarnos si había algo más. 

Y sí lo hay, sin caer en optimismos negadores de la realidad. Se puede empezar a reconstruir aquello que fuimos y poner las piezas una a una de lo que queremos ser. Podemos empezar a cuestionar lo que tiene que ser cuestionado y tal vez dejar de racionalizar aquello que es bueno para nosotrxs y que no causa daño. Tal vez la clave de todo es el poder recuperar el derecho a darnos gusto y a decidir lo que queremos, apartando la voz de afuera que nos dice que no es prudente o no se acostumbra así. Recuperando el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y a ser quienes queremos ser, retomando la pasión que sublimamos en títulos o en ropa de moda. Descongestionándonos de las amarguras de aquello que ya no fue o permitiéndonos llorar por aquello que perdimos y que nunca lamentamos por querer "ser fuertes". 

El punto de todo es poder decidir, tener la conciencia para hacerlo y asumiendo que la reconstrucción de nosotrxs es un camino que se toma con cada paso que damos o que no damos. Darnos gusto implica ser quienes somos y asumirlo sin pena, con amor propio y la dignidad de saber que, con estar a gusto, es suficiente. Explorarse, mentalmente o físicamente, nos da ese conocimiento y esa consciencia, sin el yugo del deber podemos simplemente ser, o podemos decidir quedarnos ahí, de nuevo la validación que cuenta es la que viene de nosotrxs, no de aquello que se nos pide. 

Se dice por ahí que la llave del cambio es aceptar primero lo que somos y sentimos, teniendo luz sobre esto y aceptando su existencia tenemos oportunidad para hacer algo con eso, lo que es vital es que la decisión de hacer o no hacer venga de nosotrxs, solo de esta manera podremos replantear y construir, deshacer o dejar lo que está ya hecho, pero siempre desde el empoderamiento, desde el yo frente al mundo; y con el poder para decidir sobre lo que soy y lo que quiero ser.



No hay comentarios:

Publicar un comentario