miércoles, 5 de junio de 2019

Por qué poner límites



Más de una vez nos hemos encontrado con ese consejo que se da tan libremente, pero que nadie nos explica bien qué es lo que significa: Necesitas poner límites.

Pero ¿Qué son los límites? ¿Cómo los pones? ¿Significa que tengo que poner una cerca alrededor de mí y andar caminando por ahí con ella? Porque de ser así parece muy poco práctico y es evidente porqué muy pocas personas se esfuerzan por hacerlo.

La verdad es que rara vez se le enseña a los niños pequeños a poner límites, tenemos que aceptar que vivimos en un mundo en donde complacer, mantener apariencias, caer bien a los otros para conseguir algo a cambio…son situaciones muy comunes. Y muchos padres incluso inculcan a sus hijos a que no pongan límites para no parecer maleducados.

En suma, muy pocas veces les enseñamos a las futuras personas adultas a decir que NO. Es poco común también que se nos inste a apreciar y cultivar qué nos gusta, qué no queremos para nada y qué cosas jamás vamos a aceptar; la crianza muchas veces se centra en la obediencia y punto, pero no le damos chance a los niños a desarrollar este sentido de identidad y de independencia que tanto necesitan. Condiciones para todo: si haces esto, entonces obtendrás tal cosa. Amor condicionado: si no te portas de determinada, forma ya no te voy a querer. Y así nos vamos entrenando a que siempre tenemos que ceder en algo para obtener otra cosa. Lo que no nos dicen es que este proceso muchas veces nos lleva a simplemente ser seres condicionados para recibir algo a cambio sin cuestionarnos más allá de si eso que recibimos es bueno para nosotros o si realmente deseamos lo que creemos que deseamos.

Y evidentemente también perdemos ese sentido de qué es bueno para mí, qué me gusta, qué es lo que yo quiero, y hasta dónde llego yo como persona. Cuando perdemos la noción de saber quiénes somos en ese momento de nuestra vida, y olvidamos que podemos poner un alto a lo que ya NO deseamos o no nos gusta entonces nuestros límites personales se comienzan a volver borrosos. El proceso de despersonalización que viene después es algo horroroso, porque perdemos de vista la identidad que veníamos construyendo desde hace tiempo, y si nunca la hemos tenido clara, un día podemos vernos en un espejo y ni siquiera reconocer la imagen que nos refleja; nos convertimos en los deseos de los demás, en sus necesidades, en las expectativas del otro. Si bien es verdad que nuestro mundo toma forma cuando entra en contacto con “el otro” también es verdad que cuando el contacto es extremo y no hay nada que nos separe entonces nuestro “yo” se vuelve confuso, con todas las consecuencias que implica.

¿Cómo me puedo dar cuenta de que me hace falta poner límites? Para muchas personas esta pregunta es tan importante casi como otra que va en esa misma línea: Si queremos ser de servicio y ayudar a trasformar el mundo ¿Cuándo estoy siendo empático y cuando simplemente están abusando de mí? ¿Cuándo parar de ayudar? La cuestión no es fácil siempre, en este tipo de situaciones no hay una respuesta universal.

Aunque al mismo tiempo sí hay una respuesta sencilla: si hay algo que no quieres hacer y lo estás haciendo por cualquier razón que no sea tu propia decisión, estás violando tus límites. Si hay alguien que constantemente está pidiéndote favores y accedes por no ser mala onda, entonces no estás respetando tus límites. Cuando hay una persona que te está haciendo algo que no te gusta y no has dicho basta, tus límites están siendo violentados.
Situaciones así de pequeñas se pueden magnificar si nunca aprendemos a identificar cuando no hay una barrera que demarque nuestra identidad, nuestro ser y voluntad y la contrasten con la de los otros. Si esto se vuelve confuso, las cosas pueden escalar muy rápido.

Un foco rojo de no tener límites claros es cuando la dignidad en nuestras relaciones y situaciones de vida va disminuyendo, o es inexistente. Cuando la dignidad se va, no hay nada que justifique quedarte ahí, no hay ayuda o proactividad sin dignidad, así de simple. No se puede dar en un lugar en donde no hay ganas de recibir, o donde no hay alguien que aprecie o pueda recibir lo que damos. Parece paradójico, pero en muchos casos el dar y compartir está justamente en restringir nuestra ayuda. Si le estamos enseñando a la otra persona que puede vulnerarnos, que puede sobrepasar nuestros límites (por mínima que parezca la situación) entonces nuestro deseo aparentemente altruista se vuelvo egocéntrico, ya no estamos defendiendo lo más preciado que tenemos; y por no querer perder una relación o sufrir en el proceso de restringir nuestro impulso de ayudar, le estamos enseñando a los otros a no respetar, egoísmo puro disfrazado de ser buena onda.

El ser buena persona, buen amigo, buenos padres, no quiere decir que te tienen que pasar por encima y sin respeto. No quiere decir que tienes que poner la otra mejilla siempre, cada caso es muy particular pero la fórmula es sencilla: si ya tienes la conciencia de que te falta poner límites y sigues permitiéndolo, entonces hay que revisar muy a fondo lo que nos está haciendo actuar tan pasivamente. Enfrentar la vida con límites puede ser escalofriante si nunca hemos aprendido a valorarnos, a decir que no, o a quedarnos un rato solos con tal de tener dignidad (dicen que más vale solo que mal acompañado, y es verdad). Hay casos en los que se pueden hacer ciertos sacrificios por el bien mayor, pero siempre es una elección propia que se tiene que hacer, sobre todo cuando te estás poniendo en una situación incómoda; tiene que ser con conciencia, cuando la elección entra en acción el abuso sale por la puerta.

Los límites son un tema bastante escabroso en nuestro país, justamente porque no se nos enseña a ponerlos, es una cuestión arraigada fuertemente. Es importante reflexionar sobre esto y sus consecuencias porque podría parecer un tema de desarrollo personal pero permea a través de toda nuestra cultura. Cuando vemos a alguien que rechaza ayudar a alguna persona pensamos que qué mala onda. Si hay alguien que reclama porque otra persona se metió en su lugar de la fila pensamos que es un exagerado, o si alguien reclama que no le están devolviendo los cincuenta centavos de su cambio en el supermercado pensamos que es un miserable. Y no, es simplemente exigir algo que nos pertenece: el derecho a decir que NO.

Poner límites es un músculo, hay que entrenarlo. Hay gente a la que se le da natural, sin embargo muchos no pertenecemos a esa clase de personas. Es importante hacerlo, de lo contrario nos podemos estar acercando peligrosamente a una vida llena de descontento e inconformidad, sintiendo que abusan de nosotros cuando en realidad hemos permitido que nos abusen, hay que reclamar cuando se tiene que reclamar; hay tiempo y contexto para la paz, y también hay tiempo para exigir que se nos respete.