miércoles, 14 de agosto de 2019

Escuchar los mensajes de la vida


La vida siempre nos manda señales, que nosotros queramos verlas y escucharlas…esa es otra cuestión.

Más de una vez pedimos y rogamos por pistas, y de seguro nos ha pasado que en ciertas situaciones que nos desafían, queremos una especie de guía que nos ayude a anticiparnos a las catástrofes, o de perdida que las cosas no nos salgan tan mal. Esta cuestión tiene dos situaciones de fondo que convendría analizar en un futuro, la anticipación catastrófica y la falta de confianza para tomar las propias decisiones, pero ese no es el punto de este pequeño texto.

¿Qué pasa cuando, efectivamente, nos mandan las señales que pedimos? ¿Las escuchamos o mejor nos hacemos tontos un ratito?

Y es que el problema no es tanto la señal o la respuesta que pedimos, sino que ese mensaje no trae lo que nosotros queríamos o esperábamos, no es cómodo cuando la vida habla y no te dice cosas lindas; cuando el mensaje que llega es una llamada de atención o incluso te insta a la acción para que generes un cambio, y entonces nos ponemos dubitativos y hasta escépticos de dichas señales.

Pero una parte de nosotros siempre sabe cuando estás por buen camino, las mejores señales vienen de esa voz que a veces silenciamos a fuerza porque no está alineada con nuestros deseos comodinos de seguir en el hoyo. Y es que pareciera que la comodidad y la flojera nos dejan ciegos ante todo lo negativo de nuestras situaciones, podemos ser miserables en un lugar pero es más incómodo moverse, y vamos por nuestra existencia haciendo tratos y negocios muy malos con nuestra calidad de vida solo por no hacer un esfuerzo pasajero, al parecer nos hemos quedado muy chiquitos en cuanto a deseos y anhelos porque nos conformamos con medio vivir y medio disfrutar, cuando podríamos movernos tantito pero tener una vida completamente diferente y mucho más satisfactoria.

El pensamiento del esfuerzo infinito que nos separa de nuestra vida ideal en realidad resulta una ilusión cuando comenzamos a trabajarlo. Incluso a algunos de nosotros nos parece imposible porque lo vemos como si tuviéramos que levantar un gran peso de un solo golpe, pero nunca es así, los grandes cambios requieren de trabajo constante, de pasos pequeños pero continuos. La perspectiva de hacer todo el trabajo de una sola vez y después tirarse a descansar puede funcionar en algunos casos, sin embargo el detenerse en el proceso muchas veces genera inercia y a largo plazo estancamiento, solo el movimiento continuado nos puede dar un resultado más favorable y darnos más certeza de que no dejaremos de movernos.

El problema nunca son las señales, ellas están ahí todo el tiempo; las captamos con lógica pura, sentido común, con “intervención divina” y la mayoría de las veces las entendemos como un simple “no me late” o un “me dieron ganas”, las señales siempre están presentes.
Lo que muchas veces no nos deja escuchar al universo es nuestra terquedad de hacer las cosas a nuestra manera y dudar de lo que nos grita la vida, no querer dejar ir lo que ya no funciona, aferrarse a personas que ya no son buenas para nosotros, situaciones que nos hacen infelices pero que mantenemos porque estamos acostumbrados a ellas. El peligro de esta aproximación es que nuestro deseo de cosas mejores en la vida se va reduciendo, se va haciendo cada vez más pequeño. Y cuando el deseo es diminuto entonces ya hasta podemos morir en paz porque estamos satisfechos (incluso hartos) con lo que vivimos.

Y cuando hablo de deseo no me refiero a querer carros, ropa y esos cachivaches que frecuentemente nos llaman la atención y terminan dándonos satisfacción instantánea pero de muy corta duración. Me refiero a experiencias, conexiones con otras personas o ideas, estar en paz en tu casa, desear hacer algo por los demás o por ti mismo. El deseo por estas cosas se puede incluso ver reducido a pensar que estamos haciendo mucho por el mundo; y darnos cuenta de que lo hacemos por motivos completamente egoístas o que antes deseábamos más y ahora nos estamos conformando con sacar la chamba para recibir nuestro cheque a final de mes. No está mal la comodidad, lo que pasa es que nos deja justo en donde estábamos y si ese no era el fin que queríamos lograr, entonces no nos está sirviendo de mucho. La comodidad debe ser un medio o una herramienta para lograr algo más, no un fin en sí mismo, de otra forma seguramente nos quedaremos estáticos hasta la podredumbre.

Siempre he creído en escuchar lo que la vida nos dice, porque nos habla constantemente. A todos nos cuesta trabajo escuchar a la voz que ya sabe lo que se tiene que hacer, algunos por flojera y otros porque dudan de su propio criterio, otros por aferrados y algunos más por no creer el mensaje que nos está llegando. El escuchar la voz siempre nos mueve, pero el movimiento cuesta trabajo, y si no estamos dispuestos a preguntar y recibir cualquier respuesta, entonces tal vez no deberíamos hacerlo y quedarnos con la duda.

Quizá a partir de ahora deberíamos prestar más atención a los mensajes que nos está enviando la vida, saber qué nos está gritando. En un descuido nos damos cuenta de que todo aquello que alguna vez le pedimos está justo a la vuelta de la esquina, y simplemente nos está dando mucha flojera dar esa última vueltecita para conseguirlo.