viernes, 6 de agosto de 2021

La (condenada) búsqueda de la perfección

Nos encontramos en un tiempo en el cual se nos exige siempre ser mejores, tener más, hacer más, ser más. No es seguro si esta exigencia es perpetua, o hasta cuándo será suficiente crecer y crecer en lugar de ser y permanecer.

Muchos de nosotros nacimos en familias en las cuales había una urgencia por el logro, con altas demandas, en algunos casos con mucha atención a las apariencias y a siempre verse como si el éxito fuera el común denominador de nuestra existencia. Huelga decir que ni siquiera los que inventaron esos estándares pudieron adherirse a ellos y terminaron aceptando la realidad de las cosas: que la vida es mucho más que ser (o parecer) perfecto.

¿Pero de dónde sale esta neurosis de ser perfectos? Como la mayoría de nuestros comportamientos, generalmente lo aprendemos de nuestro entorno familiar o de nuestras experiencias. Lo reforzamos con nuestras vivencias, y generalmente confirmamos las creencias sobre este tema con nuestras percepciones y las explicaciones e interpretaciones que le damos a nuestros aprendizajes; sobre todo si nunca hemos tenido la oportunidad de acudir a un proceso terapéutico que las rete. Y así podemos ir por la vida, creyendo que para estar mejor tenemos que hacer más, incluso animando a otros a seguir nuestra premisa (falsa) que nos dice que en cuanto seamos esto, logremos esto otro o tengamos cierta cosa, entonces seremos más felices o estaremos más tranquilos. Y seguramente cuando llega ese resultado tan esperado, el efecto del “high” dura un cierto tiempo, para desvanecerse y dejar paso al vacío que llenaremos con el siguiente reto.

Si te identificas con este patrón, quizá has hecho del logro y la necesidad de perfección tu modus vivendi. Y bien, no hay nada malo en querer más de tu vida, es solo que hay ocasiones en que este ritmo se vuelve muy pesado. Y si encima te enseñaron que siempre hay que lograr más y buscar más, quizá nunca te sientas satisfecho con lo que tienes. Quizá te definas con tu trabajo, o aún cuando quieres ponerte más personal y sincero, te das cuenta de que a pesar de que tienes resultados excelentes, sientes que no es (o eres) lo suficientemente bueno. Si tienes la suerte de darte cuenta de que tus exigencias te han jugado una mala pasada, haciendo estragos en tu vida personal y dejándote con un sentimiento de inadecuación perpetuo, quizá sea momento de parar y de recapitular si ese es el camino que deseas seguir.

Es momento de confrontar estas creencias falaces de que todo lo tenemos que hacer bien ¿bien para quién y respecto a qué? Quizá tomándonos el tiempo de respondernos estas preguntas, y sobre todo, respondiéndonos qué es lo que deseamos nosotros en ese momento de nuestra vida en particular, sea mucho más fácil librarnos de la tiranía de la búsqueda excesiva de la perfección. Leí una vez que la perfección es divina, y si bien podrías no creer en Dios, sí podemos entender que resulta ser, finalmente, un ideal lejano e irreal que usamos para representar aquello que en esta existencia terrena difícilmente podremos alcanzar.

O quizá lleguemos al punto de entender que en realidad las cosas como suceden, las personas como son y nuestro ser, son perfectos ya. Podríamos entender también que este sentido de urgencia por la perfección en realidad no es motivacional si lo aplicamos en todas las cosas y todo el tiempo, y que la capacidad que tenemos de encontrar e identificar la perfección está sujeta a nuestra apreciación y perspectiva, depende de desarrollar la habilidad de no quedarnos en los detalles y las minucias, para poder ver el cuadro más grande y apreciar el panorama completo. Un poco como las fotografías digitales con una cámara no muy especializada: el cuadro general se ve muy bien, si nos acercamos a los detalles mínimos quizá no se vea tan detallado, pero al final lo que nos interesa es ver la toma completa y no un determinado punto que bien podría no existir y la fotografía seguiría cumpliendo su función. Contexto y percepción, ahí están las claves de la “perfección”.

El aceptar las cosas como son, aceptar al “ser” así como es, significa dar el primer paso para convertir la búsqueda de la perfección en nuestra aliada y no en una odisea condenada al fracaso desde su concepción. La aceptación nos da la paz que necesitamos para entender que ese ideal perfecto e inmaculado no lo encontraremos enfocándonos en lo que no es o en lo carente. La perfección se halla en lo que aceptamos e interpretamos de aquello que percibimos, como toda construcción humana, la perfección se encuentra en el ojo de quién la encuentra, lejos de “lo real”, de los estándares aplicables a los objetos o a destinados a ciertos individuos.

La perfección se encuentra cuando entendemos que este mundo objetivo y medible nos sirve como base para poner los pies sobre la tierra y construir lo que se nos antoje, pero tenemos el entendimiento de que es nuestra naturaleza interpretarlo y adornarlo con la riqueza de nuestras mentes e intuiciones, y por sobre todo, de que el juicio que otro puede poner sobre alguien o algo no sirve para todas las cosas y para todos los planos, por lo que la particularidad de las imperfecciones de una cosa, son la perfección de otra. Y así con todo lo demás.