Pero ¿Qué son los límites? ¿Cómo
los pones? ¿Significa que tengo que poner una cerca alrededor de mí y andar
caminando por ahí con ella? Porque de ser así parece muy poco práctico y es
evidente porqué muy pocas personas se esfuerzan por hacerlo.
La verdad es que rara vez se le
enseña a los niños pequeños a poner límites, tenemos que aceptar que vivimos en
un mundo en donde complacer, mantener apariencias, caer bien a los otros para
conseguir algo a cambio…son situaciones muy comunes. Y muchos padres incluso
inculcan a sus hijos a que no pongan límites para no parecer maleducados.
En suma, muy pocas veces les
enseñamos a las futuras personas adultas a decir que NO. Es poco común también
que se nos inste a apreciar y cultivar qué nos gusta, qué no queremos para nada
y qué cosas jamás vamos a aceptar; la crianza muchas veces se centra en la obediencia
y punto, pero no le damos chance a los niños a desarrollar este sentido de
identidad y de independencia que tanto necesitan. Condiciones para todo: si
haces esto, entonces obtendrás tal cosa. Amor condicionado: si no te portas de
determinada, forma ya no te voy a querer. Y así nos vamos entrenando a que
siempre tenemos que ceder en algo para obtener otra cosa. Lo que no nos dicen
es que este proceso muchas veces nos lleva a simplemente ser seres
condicionados para recibir algo a cambio sin cuestionarnos más allá de si eso
que recibimos es bueno para nosotros o si realmente deseamos lo que creemos que
deseamos.
Y evidentemente también perdemos
ese sentido de qué es bueno para mí, qué me gusta, qué es lo que yo quiero, y
hasta dónde llego yo como persona. Cuando perdemos la noción de saber quiénes
somos en ese momento de nuestra vida, y olvidamos que podemos poner un alto a
lo que ya NO deseamos o no nos gusta entonces nuestros límites personales se
comienzan a volver borrosos. El proceso de despersonalización que viene después
es algo horroroso, porque perdemos de vista la identidad que veníamos
construyendo desde hace tiempo, y si nunca la hemos tenido clara, un día podemos
vernos en un espejo y ni siquiera reconocer la imagen que nos refleja; nos
convertimos en los deseos de los demás, en sus necesidades, en las expectativas
del otro. Si bien es verdad que nuestro mundo toma forma cuando entra en
contacto con “el otro” también es verdad que cuando el contacto es extremo y no
hay nada que nos separe entonces nuestro “yo” se vuelve confuso, con todas las
consecuencias que implica.
¿Cómo me puedo dar cuenta de que
me hace falta poner límites? Para muchas personas esta pregunta es tan
importante casi como otra que va en esa misma línea: Si queremos ser de
servicio y ayudar a trasformar el mundo ¿Cuándo estoy siendo empático y cuando
simplemente están abusando de mí? ¿Cuándo parar de ayudar? La cuestión no es
fácil siempre, en este tipo de situaciones no hay una respuesta universal.
Aunque al mismo tiempo sí hay una
respuesta sencilla: si hay algo que no quieres hacer y lo estás haciendo por
cualquier razón que no sea tu propia decisión, estás violando tus límites. Si
hay alguien que constantemente está pidiéndote favores y accedes por no ser
mala onda, entonces no estás respetando tus límites. Cuando hay una persona que
te está haciendo algo que no te gusta y no has dicho basta, tus límites están
siendo violentados.
Situaciones así de pequeñas se
pueden magnificar si nunca aprendemos a identificar cuando no hay una barrera
que demarque nuestra identidad, nuestro ser y voluntad y la contrasten con la
de los otros. Si esto se vuelve confuso, las cosas pueden escalar muy rápido.
Un foco rojo de no tener límites
claros es cuando la dignidad en nuestras relaciones y situaciones de vida va
disminuyendo, o es inexistente. Cuando la dignidad se va, no hay nada que
justifique quedarte ahí, no hay ayuda o proactividad sin dignidad, así de
simple. No se puede dar en un lugar en donde no hay ganas de recibir, o donde
no hay alguien que aprecie o pueda recibir lo que damos. Parece paradójico,
pero en muchos casos el dar y compartir está justamente en restringir nuestra
ayuda. Si le estamos enseñando a la otra persona que puede vulnerarnos, que
puede sobrepasar nuestros límites (por mínima que parezca la situación)
entonces nuestro deseo aparentemente altruista se vuelvo egocéntrico, ya no
estamos defendiendo lo más preciado que tenemos; y por no querer perder una
relación o sufrir en el proceso de restringir nuestro impulso de ayudar, le
estamos enseñando a los otros a no respetar, egoísmo puro disfrazado de ser
buena onda.
El ser buena persona, buen amigo,
buenos padres, no quiere decir que te tienen que pasar por encima y sin
respeto. No quiere decir que tienes que poner la otra mejilla siempre, cada
caso es muy particular pero la fórmula es sencilla: si ya tienes la conciencia
de que te falta poner límites y sigues permitiéndolo, entonces hay que revisar
muy a fondo lo que nos está haciendo actuar tan pasivamente. Enfrentar la vida
con límites puede ser escalofriante si nunca hemos aprendido a valorarnos, a
decir que no, o a quedarnos un rato solos con tal de tener dignidad (dicen que
más vale solo que mal acompañado, y es verdad). Hay casos en los que se pueden
hacer ciertos sacrificios por el bien mayor, pero siempre es una elección
propia que se tiene que hacer, sobre todo cuando te estás poniendo en una
situación incómoda; tiene que ser con conciencia, cuando la elección entra en
acción el abuso sale por la puerta.
Los límites son un tema bastante
escabroso en nuestro país, justamente porque no se nos enseña a ponerlos, es
una cuestión arraigada fuertemente. Es importante reflexionar sobre esto y sus
consecuencias porque podría parecer un tema de desarrollo personal pero permea
a través de toda nuestra cultura. Cuando vemos a alguien que rechaza ayudar a
alguna persona pensamos que qué mala onda. Si hay alguien que reclama porque otra
persona se metió en su lugar de la fila pensamos que es un exagerado, o si
alguien reclama que no le están devolviendo los cincuenta centavos de su cambio
en el supermercado pensamos que es un miserable. Y no, es simplemente exigir
algo que nos pertenece: el derecho a decir que NO.
Poner límites es un músculo, hay
que entrenarlo. Hay gente a la que se le da natural, sin embargo muchos no
pertenecemos a esa clase de personas. Es importante hacerlo, de lo contrario
nos podemos estar acercando peligrosamente a una vida llena de descontento e
inconformidad, sintiendo que abusan de nosotros cuando en realidad hemos
permitido que nos abusen, hay que reclamar cuando se tiene que reclamar; hay
tiempo y contexto para la paz, y también hay tiempo para exigir que se nos
respete.
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