Tod@s regresamos del invierno para florecer otra vez. Así
como en la mitología griega Perséfone regresaba del Hades en los tiempos de
primavera nosotros también regresamos de la oscuridad con conocimiento y más
fortaleza.
Son curiosos los tiempos de Marzo y lo que significa esta
estación en particular, salimos del frío, del invierno y sus depresiones, sus
épocas en las que el sol casi no brilla y todas esas noches heladas en las que
tal vez nos hayamos preguntado un poco sobre nuestro año pasado y sobre a dónde
vamos. Si estamos sol@s también pudo haber llegado por ahí el golpe al ver a
tod@s con sus familias o parejas.
El invierno no es fácil pero es necesario.
La vida durante estos meses se vuelve como un espejo en los
que nos vemos reflejados tal y como somos, a lo mejor confrontad@s con las
expectativas propias o aquellas que creemos propias; aunque en realidad hayan
estado condicionadas de mil maneras por la familia, la sociedad, la cultura y
el entorno. El invierno puede aparecer no sólo en los meses previos a la
primavera, el invierno es un lugar que se encuentra seguido durante nuestro
andar, el frío no solo se siente en Enero, también se siente en el corazón
cuando algo que no esperábamos aparece y nos mueve el suelo.
Pero no debemos temer al frío o al invierno, tampoco debemos
temer a descender un poco al Hades. Recordemos que el otro nombre que los
griegos le daban a este dios del inframundo (nada que ver con el diablo,
aclaremos) es “el rico”. Y es que bajando y confrontando la oscuridad de
nuestra alma encontramos tesoros que ni siquiera nosotros sospechábamos que
existían.
Por eso la primavera es tiempo de celebración, es cuando todo
lo que plantamos empieza a brotar de la tierra de nuestro ser, cuando todo
florece a pesar de las heladas, y comenzamos a sentir el calor de nuestra alma
que vuelve a nuestro cuerpo más fuerte y rejuvenecida por el enfrentamiento con
el frío invierno. Y así celebramos, con flores que nos den una nueva
perspectiva de la vida y nuestros sentires. Que nos permitan dejar atrás el
pasado y lo que fue, para abrirnos a lo que es y lo que se será.
Y no siempre tenemos que pasar por periodos de inviernos para
llegar a las primaveras del alma, a veces es suficiente un otoño breve para
deshacernos de las hojas que están pesando y opacando la belleza de nuestros
árboles. Incluso podemos tener veranos para descansar de todo el proceso de
renovación, disfrutar, gozar lo que recogimos en primavera y transformarlo,
agotarlo y llevarlo tan lejos como podamos. Hasta poder llegar al otoño de
nuevo, donde tal vez haya el sentido de que algo más nos está llamando y pasar
por esos momentos en los que estamos entre el verano de nuestra existencia y el
invierno de la transformación, cuando nos damos cuenta de que hay cosas que ya
no pueden seguir así, y que está bien entrar de nuevo al frío y con gusto
bajamos de nuevo la temperatura, dejando que el hielo se lleve al olvido eso
que ya no queremos para que cuando se derrita podamos celebrar de nuevo el
florecimiento de eso que somos. El ciclo se repite, hasta que un día no hay
estaciones, porque hemos trascendido el estado terrestre que nos ata a los
caprichos del tiempo nos convertimos en partículas de las estaciones en una danza
hasta el infinito.
En ese momento podemos ver aunque ya no veamos con nuestros
ojos y sentir la unión de no ser uno pero ser uno con todo. Algo similar pasa
cuando entramos en procesos terapéuticos, dejamos de ser para llegar a ser,
dejemos que las flores nos acompañen en esta nueva estación de nuestras vidas.
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