Muchos de
nosotros nacimos en familias en las cuales había una urgencia por el logro, con
altas demandas, en algunos casos con mucha atención a las apariencias y a
siempre verse como si el éxito fuera el común denominador de nuestra
existencia. Huelga decir que ni siquiera los que inventaron esos estándares pudieron
adherirse a ellos y terminaron aceptando la realidad de las cosas: que la vida
es mucho más que ser (o parecer) perfecto.
¿Pero de
dónde sale esta neurosis de ser perfectos? Como la mayoría de nuestros comportamientos,
generalmente lo aprendemos de nuestro entorno familiar o de nuestras
experiencias. Lo reforzamos con nuestras vivencias, y generalmente confirmamos
las creencias sobre este tema con nuestras percepciones y las explicaciones e
interpretaciones que le damos a nuestros aprendizajes; sobre todo si nunca
hemos tenido la oportunidad de acudir a un proceso terapéutico que las rete. Y
así podemos ir por la vida, creyendo que para estar mejor tenemos que hacer más,
incluso animando a otros a seguir nuestra premisa (falsa) que nos dice que en
cuanto seamos esto, logremos esto otro o tengamos cierta cosa, entonces seremos
más felices o estaremos más tranquilos. Y seguramente cuando llega ese
resultado tan esperado, el efecto del “high” dura un cierto tiempo, para
desvanecerse y dejar paso al vacío que llenaremos con el siguiente reto.
Si te
identificas con este patrón, quizá has hecho del logro y la necesidad de perfección
tu modus vivendi. Y bien, no hay nada malo en querer más de tu vida, es solo
que hay ocasiones en que este ritmo se vuelve muy pesado. Y si encima te
enseñaron que siempre hay que lograr más y buscar más, quizá nunca te sientas
satisfecho con lo que tienes. Quizá te definas con tu trabajo, o aún cuando
quieres ponerte más personal y sincero, te das cuenta de que a pesar de que tienes
resultados excelentes, sientes que no es (o eres) lo suficientemente bueno. Si
tienes la suerte de darte cuenta de que tus exigencias te han jugado una mala
pasada, haciendo estragos en tu vida personal y dejándote con un sentimiento de
inadecuación perpetuo, quizá sea momento de parar y de recapitular si ese es el
camino que deseas seguir.
Es momento
de confrontar estas creencias falaces de que todo lo tenemos que hacer bien ¿bien
para quién y respecto a qué? Quizá tomándonos el tiempo de respondernos estas
preguntas, y sobre todo, respondiéndonos qué es lo que deseamos nosotros en ese
momento de nuestra vida en particular, sea mucho más fácil librarnos de la
tiranía de la búsqueda excesiva de la perfección. Leí una vez que la perfección
es divina, y si bien podrías no creer en Dios, sí podemos entender que resulta
ser, finalmente, un ideal lejano e irreal que usamos para representar aquello
que en esta existencia terrena difícilmente podremos alcanzar.
O quizá lleguemos al punto de entender que en realidad las cosas como suceden, las personas como son y nuestro ser, son perfectos ya. Podríamos entender también que este sentido de urgencia por la perfección en realidad no es motivacional si lo aplicamos en todas las cosas y todo el tiempo, y que la capacidad que tenemos de encontrar e identificar la perfección está sujeta a nuestra apreciación y perspectiva, depende de desarrollar la habilidad de no quedarnos en los detalles y las minucias, para poder ver el cuadro más grande y apreciar el panorama completo. Un poco como las fotografías digitales con una cámara no muy especializada: el cuadro general se ve muy bien, si nos acercamos a los detalles mínimos quizá no se vea tan detallado, pero al final lo que nos interesa es ver la toma completa y no un determinado punto que bien podría no existir y la fotografía seguiría cumpliendo su función. Contexto y percepción, ahí están las claves de la “perfección”.
El aceptar
las cosas como son, aceptar al “ser” así como es, significa dar el primer paso
para convertir la búsqueda de la perfección en nuestra aliada y no en una
odisea condenada al fracaso desde su concepción. La aceptación nos da la paz
que necesitamos para entender que ese ideal perfecto e inmaculado no lo
encontraremos enfocándonos en lo que no es o en lo carente. La perfección se
halla en lo que aceptamos e interpretamos de aquello que percibimos, como toda
construcción humana, la perfección se encuentra en el ojo de quién la encuentra,
lejos de “lo real”, de los estándares aplicables a los objetos o a destinados a
ciertos individuos.
La
perfección se encuentra cuando entendemos que este mundo objetivo y medible nos
sirve como base para poner los pies sobre la tierra y construir lo que se nos
antoje, pero tenemos el entendimiento de que es nuestra naturaleza
interpretarlo y adornarlo con la riqueza de nuestras mentes e intuiciones, y
por sobre todo, de que el juicio que otro puede poner sobre alguien o algo no
sirve para todas las cosas y para todos los planos, por lo que la particularidad
de las imperfecciones de una cosa, son la perfección de otra. Y así con todo lo
demás.