La vida siempre nos manda
señales, que nosotros queramos verlas y escucharlas…esa es otra cuestión.
Más de una vez pedimos y rogamos
por pistas, y de seguro nos ha pasado que en ciertas situaciones que nos
desafían, queremos una especie de guía que nos ayude a anticiparnos a las
catástrofes, o de perdida que las cosas no nos salgan tan mal. Esta cuestión
tiene dos situaciones de fondo que convendría analizar en un futuro, la
anticipación catastrófica y la falta de confianza para tomar las propias
decisiones, pero ese no es el punto de este pequeño texto.
¿Qué pasa cuando,
efectivamente, nos mandan las señales que pedimos? ¿Las
escuchamos o mejor nos hacemos tontos un ratito?
Y es que el problema no es
tanto la señal o la respuesta que pedimos, sino que ese mensaje no trae lo que
nosotros queríamos o esperábamos, no es cómodo cuando la vida habla y no te
dice cosas lindas; cuando el mensaje que llega es una llamada de atención o
incluso te insta a la acción para que generes un cambio, y entonces nos ponemos
dubitativos y hasta escépticos de dichas señales.
Pero una parte de nosotros
siempre sabe cuando estás por buen camino, las mejores señales vienen de esa
voz que a veces silenciamos a fuerza porque no está alineada con nuestros
deseos comodinos de seguir en el hoyo. Y es que pareciera que la comodidad y la
flojera nos dejan ciegos ante todo lo negativo de nuestras situaciones, podemos
ser miserables en un lugar pero es más incómodo moverse, y vamos por nuestra existencia haciendo tratos y negocios muy malos con nuestra calidad de vida solo por no
hacer un esfuerzo pasajero, al parecer nos hemos quedado muy chiquitos en
cuanto a deseos y anhelos porque nos conformamos con medio vivir y medio
disfrutar, cuando podríamos movernos tantito pero tener una vida completamente
diferente y mucho más satisfactoria.
El pensamiento del esfuerzo
infinito que nos separa de nuestra vida ideal en realidad resulta una ilusión
cuando comenzamos a trabajarlo. Incluso a algunos de nosotros nos parece
imposible porque lo vemos como si tuviéramos que levantar un gran peso de un
solo golpe, pero nunca es así, los grandes cambios requieren de trabajo
constante, de pasos pequeños pero continuos. La perspectiva de hacer todo el
trabajo de una sola vez y después tirarse a descansar puede funcionar en
algunos casos, sin embargo el detenerse en el proceso muchas veces genera
inercia y a largo plazo estancamiento, solo el movimiento continuado nos puede dar
un resultado más favorable y darnos más certeza de que no dejaremos de
movernos.
El problema nunca son las
señales, ellas están ahí todo el tiempo; las captamos con lógica pura, sentido
común, con “intervención divina” y la mayoría de las veces las entendemos como
un simple “no me late” o un “me dieron ganas”, las señales siempre están
presentes.
Lo que muchas veces no nos
deja escuchar al universo es nuestra terquedad de hacer las cosas a nuestra
manera y dudar de lo que nos grita la vida, no querer dejar ir lo que ya no
funciona, aferrarse a personas que ya no son buenas para nosotros, situaciones
que nos hacen infelices pero que mantenemos porque estamos acostumbrados a
ellas. El peligro de esta aproximación es que nuestro deseo de cosas mejores en
la vida se va reduciendo, se va haciendo cada vez más pequeño. Y cuando el
deseo es diminuto entonces ya hasta podemos morir en paz porque estamos
satisfechos (incluso hartos) con lo que vivimos.
Y cuando hablo de deseo no me
refiero a querer carros, ropa y esos cachivaches que frecuentemente nos llaman
la atención y terminan dándonos satisfacción instantánea pero de muy corta
duración. Me refiero a experiencias, conexiones con otras personas o ideas,
estar en paz en tu casa, desear hacer algo por los demás o por ti mismo. El
deseo por estas cosas se puede incluso ver reducido a pensar que estamos
haciendo mucho por el mundo; y darnos cuenta de que lo hacemos por motivos
completamente egoístas o que antes deseábamos más y ahora nos estamos
conformando con sacar la chamba para recibir nuestro cheque a final de mes. No
está mal la comodidad, lo que pasa es que nos deja justo en donde estábamos y
si ese no era el fin que queríamos lograr, entonces no nos está sirviendo de
mucho. La comodidad debe ser un medio o una herramienta para lograr algo más,
no un fin en sí mismo, de otra forma seguramente nos quedaremos estáticos hasta
la podredumbre.
Siempre he creído en escuchar
lo que la vida nos dice, porque nos habla constantemente. A todos nos cuesta
trabajo escuchar a la voz que ya sabe lo que se tiene que hacer, algunos por
flojera y otros porque dudan de su propio criterio, otros por aferrados y
algunos más por no creer el mensaje que nos está llegando. El escuchar la voz
siempre nos mueve, pero el movimiento cuesta trabajo, y si no estamos
dispuestos a preguntar y recibir cualquier respuesta, entonces tal vez no
deberíamos hacerlo y quedarnos con la duda.
Quizá a partir de ahora
deberíamos prestar más atención a los mensajes que nos está enviando la vida,
saber qué nos está gritando. En un descuido nos damos cuenta de que todo
aquello que alguna vez le pedimos está justo a la vuelta de la esquina, y
simplemente nos está dando mucha flojera dar esa última vueltecita para
conseguirlo.